La fotografía y el cine son artes hermanas y, por tanto, resulta extraordinariamente interesante analizar cómo la segunda recupera la primera desde el papel que juega el fotógrafo o la fotografía. Este es el punto de partida de El fotógrafo como testigo de la Historia. Su retrato en la pantalla (Ocho y Medio, 2014), un libro que recopila diez artículos en los que se reflexiona sobre la figura del fotógrafo como observador, denunciante y perpetuador de los grandes acontecimientos de los siglos XX y XXI, que se retrata en la pantalla. El cine ha encontrado atractivo aportar su visión sobre el papel del fotógrafo, ya sea reportero gráfico, corresponsal de guerra, artista, fotógrafo de publicidad o paparazzo, desde su origen. De hecho, la primera película en la que el protagonista es un profesional de la fotografía se remonta al año 1928: The Cameraman. El film, dirigido por Edward Sedgwick y el genial Buster Keaton, relata la historia de un fotógrafo que abandona su profesión por la de camarógrafo en un noticiero de la Metro Goldwyn Mayer.
El volumen, que es el resultado de las VI Jornadas de Historia y Cine celebradas en octubre de 2013 en la Universidad Carlos III de Madrid (España) en el marco del Proyecto de Investigación HAR2012-35514, está dividido en dos partes. La primera cuenta con trabajos que crean un marco general en el que se reflexiona acerca de la influencia de la fotografía en los inicios del cinematógrafo, el papel que los dos soportes visuales han desarrollado en su consideración como arte y en su influencia sobre las nuevas formas de entender la historia, la fotografía como pretexto para la creación cinematográfica, el trabajo del reportero y su papel de héroe, la construcción de la identidad a través del cine, y la capacidad de la fotografía y el cine para crear imaginarios en un período concreto. Los artículos que se compilan en esta primera parte son: “La fotografía, el cine y los fenómenos de borde en los inicios de la sociedad de las masas: una reflexión comparativa” de Bernardo Riego (Universidad de Cantabria), “De la ciencia al arte. Fotografía, cinematógrafo e historia” de Enric A. Burgos (UPV-UJI), “La fotografía como pretexto para la creación cinematográfica” y “La dirección de fotografía en el cine español: Identidad, representación y oficio” de Antonio Pantoja (Universidad de Extremadura), “Los héroes del cuarto oscuro contra la industria. La denuncia social del fotógrafo en la pantalla” de Ignacio Molano (FLACSO), y “Fotografía y cine documental: nuevas miradas sobre la Guerra Civil” de Rafael Rodríguez Tranche (Universidad Complutense de Madrid).
La segunda parte el volumen se centra en el análisis de películas concretas en las que se retrata al fotógrafo o a los distintos prototipos de profesionales de la fotografía que el cine se ha encargado de mostrar. Desde The Bridges of Madison County (1995) y Flags of Our Fathers (2006) de Clint Eastwood hasta Music Box (, 1989) de Constantin Costa-Gavras, pasando por Blow Up (1966) de Michelangelo Antonioni y Peeping Tom (1960) de Michael Powell. Los artículos que forman parte de esta segunda parte del volumen son: “La reconstrucción fotográfica en el cine de Clint Eastwood: Los puentes de Madison y Banderas de nuestros padres” de Nekane Parejo (Universidad de Málaga), artículo “Blow up, el fotógrafo como testigo de la Historia” de Pilar Amador (Universidad Carlos III de Madrid), “El fotógrafo del pánico. Sobre la imagen, el sujeto, la violencia y la Historia” de Víctor Mora (Universidad Carlos III de Madrid) y “La caja de música (1989), de Costa-Gavras, entre la fotografía, la historia y el cine” de Igor Barrenetxea (Universidad del País Vasco).
Podríamos decir que “El fotógrafo como testigo de la Historia. Su retrato en la pantalla” es una forma diferente de aproximarse a la fotografía y al papel que desempeña el fotógrafo como cronista de su tiempo, a través del extraordinario trabajo de nueve especialistas en imagen que, desde la perspectiva transdisciplinar, se acercan al fenómeno fotográfico a partir de su proyección en la pantalla.